En los días de la gran lucha contra los enemigos extranjeros, que durante casi tres años han tratado de esclavizar a nuestra patria, Dios Nuestro Señor se ha complacido en hacer descender sobre Rusia una nueva y pesada prueba. Los disturbios populares internos amenazan con tener un efecto desastroso en la futura conducción de esta persistente guerra. El destino de Rusia, el honor de nuestro heroico ejército, el bienestar del pueblo y todo el futuro de nuestra querida patria exigen que la guerra sea llevada a una conclusión victoriosa cueste lo que cueste. El cruel enemigo está haciendo sus últimos esfuerzos, y ya se acerca la hora en que nuestro glorioso ejército, junto con nuestros valientes aliados, lo aplastará. En estos días decisivos en la vida de Rusia, pensamos que es Nuestro deber de conciencia facilitar a Nuestro pueblo la más estrecha unión posible y una consolidación de todas las fuerzas nacionales para la rápida consecución de la victoria. De acuerdo con la Duma Imperial hemos creído conveniente renunciar al Trono del Imperio Ruso y dejar el poder supremo. Como no deseamos separarnos de Nuestro amado hijo, transmitimos la sucesión a Nuestro hermano, el Gran Duque Miguel Alexandrovich, y le damos Nuestra bendición para montar el Trono del Imperio Ruso. Ordenamos a Nuestro hermano que dirija los asuntos del Estado en plena e inviolable unión con los representantes del pueblo en los órganos legislativos sobre aquellos principios que serán establecidos por ellos, y sobre los que prestará un juramento inviolable. En nombre de Nuestra querida patria, llamamos a Nuestros fieles hijos de la patria a cumplir con su sagrado deber para con la patria, a obedecer al Zar en el pesado momento de las pruebas nacionales, y a ayudarle, junto con los representantes del pueblo, a guiar al Imperio Ruso por el camino de la victoria, el bienestar y la gloria. Que el Señor ayude a Rusia!