Bernardino Rivadavia nació como ciudadano del imperio colonial español. Criado y educado en Buenos Aires, capital del virreinato del Río de la Plata, fue un temprano defensor de la independencia. En 1810 se unió a la reunión de los principales ciudadanos que derrocaron al virrey español y consiguieron una virtual independencia.
La Argentina recién independizada buscaba a tientas un gobierno estable, y en 1811 un triunvirato sustituyó a la junta revolucionaria. Rivadavia se desempeñó primero como secretario y luego como miembro pleno del cuerpo gobernante. Fue un entusiasta innovador que introdujo todo tipo de reformas e instituciones en el vacío sociopolítico dejado por la desintegración del edificio colonial.
Con una fenomenal amplitud de intereses, Rivadavia ofreció una asombrosa gama de propuestas para la nación en desarrollo. Muy preocupado por los derechos humanos, apoyó los decretos destinados a garantizar las libertades civiles de todos los ciudadanos, hombres y mujeres. Lógicamente, trató de despojar a la Iglesia Católica Romana y a los militares de los privilegios especiales que consideraba inapropiados en la sociedad igualitaria que imaginaba. Se dio cuenta de que un gobierno receptivo y viable protegería y fomentaría el crecimiento nacional, por lo que aplicó reformas electorales y estructurales, convirtiendo a Buenos Aires en un modelo para otras provincias. Creía que el ciudadano medio necesitaba educación para hacer funcionar la esperada democracia, por lo que presionó para que se produjeran mejoras educativas en todos los niveles. Consideraba que la felicidad dependía de al menos un mínimo de prosperidad material e insistió en las reformas comerciales, que iban desde un comercio más libre hasta la introducción de nuevos procesos mineros y agrícolas. Estas son sólo una muestra de las innovaciones, ninguna de ellas un éxito rotundo, que salieron de la fértil mente de Rivadavia.
Rivadavia también sirvió a su nación en el campo de la diplomacia, viajando dos veces a Europa en delicadas misiones y ocupando el cargo de ministro de Asuntos Exteriores. Sus éxitos incluyeron la persuasión de Gran Bretaña y Estados Unidos para que reconocieran la independencia de Argentina de España. Además, sus viajes a Europa le dieron la oportunidad de saborear los conceptos de pensadores como Bentham, Adam Smith, Jovellanos y Campomanes.
En 1826 un congreso constitucional nombró a Rivadavia presidente de Argentina. Aunque la acción de ese organismo carecía técnicamente de sanción legal, Rivadavia desempeñó sus funciones al máximo. Pero pronto tuvo dificultades. Una guerra inconclusa con Brasil agotó los recursos del gobierno y provocó mucho resentimiento. La promulgación de una constitución bastante centralista provocó la ira de los celosos caciques provinciales. Enfrentado a una oposición implacable, renunció en 1827.
Obligado a exiliarse por sus enemigos, Rivadavia vagó por América Latina y Europa durante varios años. Murió en Cádiz, España. Dejó una rica herencia de reformas e instituciones que, en tiempos más fortuitos, Argentina resucitaría con entusiasmo.