No es que siempre haya sabido quién sería. Simplemente, desde muy temprana edad tuve muy claro quién no sería.
Las oportunidades para una chica nacida de raza negra en Mississippi en 1954 eran limitadas. Podías enseñar en una escuela segregada. O ser una criada. Una cocinera. Una lavadora de platos. Una sirvienta. Nunca pensé que esa sería mi vida.
Recuerdo perfectamente estar en el pequeño porche trasero de mi abuela, batiendo mantequilla mientras ella hervía la ropa en una gran olla negra de hierro fundido en el patio. Mientras sacaba la ropa humeante de la olla para colgarla en el tendedero para que se secara, me dijo: «Oprah Gail, será mejor que me observes ahora, porque un día tendrás que saber cómo hacer esto por ti misma».
Hice lo que me dijo. Observé atentamente cómo sacaba las pinzas de su delantal, las sostenía de dos en dos entre sus labios y colocaba una y otra en los extremos opuestos de las sábanas, las toallas, las camisas y los vestidos que colgaba en el tendedero.
Una pequeña y tranquila voz en mi interior, que en realidad era más un sentimiento que una voz, dijo: «Esta no será tu vida. Tu vida será algo más que colgar ropa en un tendedero».
La certeza de esa garantía divina me hizo superar muchos momentos difíciles durante mis años de crecimiento.
Quería ser profesora. Y ser conocida por inspirar a mis alumnos a ser más de lo que creían que podían ser. Nunca imaginé que saldría en la televisión.
Creo que hay una vocación para todos nosotros. Sé que cada ser humano tiene valor y propósito. El verdadero trabajo de nuestras vidas es tomar conciencia. Y despertar. Responder a la llamada.
Cada persona tiene un propósito
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