«Una combinación de notas herbáceas con un toque de ácidos y una pizca de vainilla sobre un moho subyacente» es como un equipo internacional de químicos describe en un estudio el olor único de los libros viejos. Poético, sin duda, pero ¿qué es lo que lo provoca?
Los libros están formados casi en su totalidad por materiales orgánicos: papel, tinta, pegamento, fibras. Todos estos materiales reaccionan a la luz, el calor, la humedad e incluso entre sí con el paso de los años, y liberan una serie de compuestos orgánicos volátiles (COV). Si bien la mezcla de compuestos que libera un libro depende de los elementos exactos que se utilizaron para fabricarlo, la variación de los materiales es limitada.
Los investigadores analizaron 72 libros y encontraron unos 15 compuestos que aparecían una y otra vez. Eran marcadores fiables de la degradación. Entre ellos se encuentran el ácido acético, el benzaldehído, el butanol, el furfural, el octanal, la metoxifeniloxima y otras sustancias químicas con nombres curiosos. El olor de un libro también está influenciado por su entorno y los materiales que encuentra a lo largo de su vida (por eso algunos libros tienen toques de humo de cigarrillo, otros huelen un poco a café y otros, a caspa de gato).
No se puede juzgar a los libros por su portada, pero los investigadores creen que se puede aprender mucho de su olor. Están desarrollando un método para determinar el estado y la edad de los libros y otros documentos de papel mediante un equipo especial de «olfateo» para analizar la mezcla de COV. Esperan que este estudio de «degradómica» pueda ayudar a bibliotecas, museos y archivos a evaluar y controlar la salud de sus colecciones y a almacenarlas y cuidarlas en consecuencia.